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Posts Tagged ‘amargord’

El bosque
Y mi bosque
Y su nieve
Y mi nieve
Y el viento de ellos
Y sus hojas
Todas
Con su verde nada
Y la nada
Y mi nada



Unheimliche III

En la cabeza soleada del animal había una mosca. El resto descansaba en la sombra. La novela desdibuja la escena de sexo y las televisiones entran a un tiempo en su ruido blanco. Dos manitas cubren una cara roja. Es un periódico. Algo demasiado humano, algo que una novela dejaría en los huesos. En el blanco sobrenatural de la narración. Mejores son los hechos de un sueño y el descanso al que te arrastran. Como arrastran a un cuerpo cerca de un abismo nada temible. En la noche escribí sobre un techo húmedo y azul lo que quería decir en realidad. Antes de eso, ese día, habíamos visto un museo de momias donde había dos médicos franceses, una mujer china, un náufrago y una mujer que tenía las manos sobre la cara, como empujando hacia arriba, había despertado de un ataque de catalepsia dentro de su humilde caja. Los demás muertos eran del rumbo. Incluso el bebé de seis meses al que sentaron sobre un pedestal frente a la incisión por la que nació muerto. Al volver vimos por el camino una cerca llena de avestruces corriendo. Altas y veloces. En el techo húmedo escribí todo esto: ellos tienen derecho a una sepultura y la tierra tiene demasiada sal por estos lares. Se ve que no soy de aquí.


El Libro

Tal vez en Rusia existan
las banderas amarillas
               ahora que las ventanas han perdido simetría
y que las fachadas hacinan igualdad. Me acuerdo de rusos
tristes por los encargos de cabezas colosales
y la falta de naturalezas muertas.
Un poco de muerte
ayuda a vivir
, dijo el primero.
Pintaron una gama de decadencias hasta el negro.
Bocas con heridas recientes
pulsan, cortes de la velocidad,
deseos irreconciliables trazan la musculatura de los árboles.

Todo es monstruosamente bíblico.
Como si no pudiéramos agregar un solo signo
a una página ya escrita.
¿Estamos aquí para leer un libro?, ¿un libro nieve?
Algunos genios empiezan por leer El libro de los Reyes
y más tarde
sufren de todos modos:
                                  Desean a la mujer de su prójimo.

Para sacar la cabeza del rosa total
hay que dejar el cuchillo sobre la mesa y hervir las cebollas
hora por hora.


De la ola, el atajo. Valerie Mejer. Editorial Amargord. Colección Transatlántica. 2009. Madrid.

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Ojo del cielo

En verdes laderas como vientres,
en alguna provincia de China, a ti te hablo.
Alguien compra un perfume sabiendo
que los huesos de su amor son pequeños.
Cuando escribe la nota, cuando envuelve
la pequeña botella lo toma en cuenta. Así yo.

La más suave textura mental cubre tu espalda
como una piel verdadera. Y yo me arrimo a ti.
Escucho el firme teclear de tu máquina, la clave de un corazón
prestado. ¡Y qué importa que sea prestado!
Yo lo uso un rato y tú otro y el verdadero dueño
es el hijo del cielo que tiene muchos.

Algún día te sumergirás en el lago
helado donde los barcos de papel incencian el nombre
de los ausentes. Algunos muertos, algunos idos.
Las llamas se consumen apenas,
tanto como para que el humo arme una sola palabra
y a las demás las lame el agua. Así nos libra de un peso.
Perennemente tus laderas se llenan de pájaros.
Laderas verdes como el musgoso cimiento de tus templos.
Ellos, los pájaros, son tus fieles.
Y yo, naturalmente.
Fiel a un mundo desconocido
que existe sólo para nosotros y que desaparece al hablar.


En el cine

                 a voluntad
                 un sueño recurrente
emancipa a la boa de luz
                            abre una puerta
y él le dice a ella que el piano llegó antes del tiempo
de la cosecha
y en ese momento los créditos descienden.

Otra tarde, en una película donde la protagonista
sabe que va a morir
y por eso amenaza a su amante
en un Ford de los setenta, llueve, es de noche
y lo amenaza -si no me besas me pondré a gritar-
y se pone a gritar (como en un sueño)

Hace poco un poeta irlandés me dijo
«yo no me acuerdo de mis sueños,
mis sueños, son mis poemas»
sueños mejorados en poemas o sueños de celuloide
como cuando el profesor hace una parada en el invernadero
(el pie mordido por un perro que ya muerto viaja en su cajuela)
y responde a su alumno -voy a casa por el camino largo-

Vi a un asesino a sueldo enseñarle a su nieto a matar ardillas,
vi la lista de pendientes de una mujer moribunda
vi una góndola llevando a un ángel a su tumba
vi el sitio donde paso de mi sueño al tuyo
y me quito los zapatos y tomo agua
y revelo una película que no es mía
    y veo en tus fotos (entre letras) que estás a salvo y que tienes un amigo,
que en el sueño es un hermano necesario
                              y
vi a mi madre entrar y salir de «La Rosa Púrpura del Cairo»
y poder decir por primera vez «yo soy esa»
«yo quisiera entrar en la pantalla»
y en ese parpadeo vuelvo a ver una cara que sólo conozco por foto:
ella esquiando con un brazo libre
partiendo el agua
                        en dos
                                          a voluntad
en la calle
combatimos por retener las escenas
que la luz
diurna y maquinal de la calle
                                          desbarata
hasta que cae un sapo
y algo menos terrenal se levanta
                                          y ruge un león.


De la ola, el atajo. Valerie Mejer. Editorial Amargord. Colección Transatlántica. 2009. Madrid.

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