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Archive for julio 2011

Comencé a leerlo hace un tiempo y, de inmediato, su estilo pomposo y sus numerosos circunloquios consiguieron devolver «El bosque de la noche» a las costillas de la librería. Hacía unas semanas que lo había comprado tras un largo encuentro con un escritor en unas cómodas butacas de un rinconcito en el Puerto de Santa María. Allí me confesó su aprecio por ese monstruo llamado Djuna Barnes.

Tras su recital en la Residencia de Estudiantes, he vuelto a Charles Simic. De los 22 poemas recogidos en el cuadernillo que se repartió, uno de ellos, especialmente dotado de eso que mi padre llama «surrealismo tranquilo», me arrancó de nuevo el nombre de Barnes de las costillas y me recordó que una obra alabada globalmente debe tener ese «qué-sé-yo» que permite devolverle algunos fogonazos defensivos pero que, finalmente, consigue deslumbrar al contendiente por uno u otro motivo.

No habría imaginado que ese mismo estilo que me hizo renunciar a su lectura, unas páginas más adelante conseguiría sentarme frente al teclado para recuperar este pequeño fragmento que conservaré siempre.


Una vez, yo también estuve en una guerra -prosiguió el doctor-, en una ciudad pequeña en la que las bombas empezaron a partirnos el corazón, o sea que cada cual empezaba a pensar en toda la majestad del mundo en la que al cabo de un momento ya no podría seguir pensando si aquel ruido se venía abajo y daba en el blanco; yo me estaba peleando por un lugar en el sótano… y allí había una anciana bretona con la vaca que había llevado a rastras consigo, y detrás de ellas alguien de Dublín susurrando, «¡Alabado sea Dios!», en el extremo opuesto del animal (a mí, gracias le sean dadas a mi Creador, me tocaba la cabeza); aquel agujero no era mayor que una bandeja de servir té, y el pobre animal temblaba de tal modo sobre sus cuatro patas que enseguida comprendí que la tragedia de la bestia puede ser dos patas más atroz que la del hombre. La vaca iba soltando con delicadeza sus excrementos allí al fondo, desde donde seguía alzándose el hilillo de voz celta, con su «¡Alabado sea Jesús!», y yo me dije: «¡Ojalá amaneciera ahora mismo, y así podría ver qué sustancia me está embadurnando la cara!» En aquel momento cayó un relámpago y vi cómo la vaca levantaba la cabeza hacia atrás hasta que los cuernos formaron dos lunas contra su espalda… y sus grandes ojos negros estaban empapados en lágrimas.


El bosque de la noche. Djuna Barnes. Editorial Seix Barral. Barcelona. 2006.

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Cabeza de serpiente

En otoño o en primavera-
¿Qué importa?
En la juventud o en la vejez-
¿Qué más da?
De todas maneras Tú desaparecerás
en la imagen de la Totalidad
Desapareciste, has desaparecido
ahora, hace un instante
o hace mil años
Pero Tu desaparición
persiste.


12

Mi jarrón era más profundo que el de la diosa del amor
y estaba igual de vacío
Pero ahora que un desconocido ha puesto una rosa en él
un miembro más poderoso que el que puede contener
Ahora no sé cómo voy a reconocer al niño
que llevo en lo profundo de mi seno
Decían que lo había engendrado un hombre de Luz
pero poco antes me había acostado con las Tinieblas
Yo, hija del hombre, he parido gemelos
de distintos padres
uno malo y uno bueno
y no puedo ver diferencia alguna entre ellos.


13

Sencillo es el nacimiento:
Tú devienes tú
Sencilla la muerte:
Tú dejas de ser tú
Bien podría haber sido al revés
como en un mundo especular:
la Muerte podía haberte dado a luz
y la Vida haberte apagado
lo uno igual que lo otro-
Y quizá sea así:
De la Muerte has venido, lentamente
te va aniquilando la Vida.


La Leyenda de Fatumeh. Gunnar Ekelöf. Traducción de Francisco J. Uriz. Nórdica Libros. Madrid. 2011.

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Una jaula salió a buscar un pájaro

Franz Kafka



Una jaula salió a buscar un pájaro,
toda la herrumbre a favor de las heridas,
lugar donde caber, mesura.
Serenidad de la bestia apoyada en los alambres,
sus alimentos simples
su simple convivencia con el cuerpo del maltrato.

Fue ella quien desfiguró la puerta
y perdió el umbral
como quien olvida su perfume
el sabor del azufre
la capacidad del llanto.

Entró en la casa borrando las pisadas
y no hubo más regreso
que el ensueño de su propio centro.

Desfiguró la puerta.
No fue difícil que el lenguaje
se acomodara al espacio.
Un mundo más pequeño,
tal vez más comprensible
allí dentro, donde nadie vive,
ni ella ni el tiempo necesitaron salidas
y entre ambos descuidaron la palabra
afuera.

***



Lo más conmovedor de este estado
son los visitantes.
Fisuras del límite, tentación de rompimientos.
De dentro afuera ellos llegan
con todo su paisaje.

Entonces sólo cabe ser una esperanza,
un refugio vivo al borde de su ida.

***



Perdidas nuestras lindes
después de toda desmesura,
arrastramos las redes para traer hasta la orilla
a nuestros cuerpos implicados.

***



Mantengo los pies hundidos
en el manso lecho
de los días comunes.

No hay queja.

Los pájaros rescatan
de mi sombra su pequeña
alegría.



Historia de la fragilidad. Graciela Baquero. Mundos Posibles Ediciones. Madrid. 2011.

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