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Archive for septiembre 2011

Así que me puse a pensar y me dije: «Eso que me ha encomendado el padre Lucas es una cosa terrible… ser simple como los animales y, con todo, pensar y no hacer daño a nadie.» Entonces eché a andar. Había empezado a nevar y estaba anocheciendo. Me fui hacia L’Île, porque veía las vidrieras de Notre Dame iluminadas y todos los niños en la oscuridad con los cirios titilando, diciendo sus oraciones en voz baja, con el soplo breve que sale de los pulmones pequeños, susurrando fatalmente acerca de nada, que así es como los niños recitan sus oraciones. Entonces dije: «Matthew, esta noche tienes que encontrar una iglesia pequeña y vacía, donde puedas estar solo como un animal, y aun así pensar.» De modo que me di media vuelta y fui bajando hasta llegar a Saint-Merri, allí que entré y allí que me quedé. Todas las velas ardían con regularidad por las aflicciones que la gente les había confiado y yo estaba casi solo, con la excepción de una anciana campesina que desgranaba su rosario en una esquina apartada.

De modo que me encaminé directamente hacia la caja de las almas del purgatorio, únicamente para demostrar que era un pecador auténtico, por si acaso hubiera habido algún protestante en derredor. Estaba intentando pensar cuál de mis manos era la más bendita, porque hay una caja en Raspail que dice que la mano que utilizas para dar limosna a las Hermanitas de los Pobres quedará bendita durante todo el día, pero me desentendí de la cuestión, con la esperanza de que fuera la derecha. Arrodillado en un rincón oscuro, con la cabeza gacha, me incliné para sacar a Bartolillo O’Toole, porque le tocaba a él, todo lo demás ya lo había probado. Esta vez no quedaba más remedio que hacerle afrontar el misterio, para que el misterio pudiera verlo con la misma claridad que me veía a mí. Y entonces dije, en un susurro: «¿Qué es eso, Señor?» Y me puse a llorar; me caían las lágrimas como cae la lluvia sobre el mundo, sin tocar la cara del cielo. De repente caí en la cuenta de que era la primera vez en la vida que mis lágrimas me resultaban extrañas, porque me saltaban de los ojos recto hacia delante; estaba llorando porque tenía que poner a Bartolillo en un aprieto de este calibre por su propio bien.

Lloraba y con mi mano izquierda golpeaba el prie-Dieu, y mientras tanto Bartolillo O’Toole yacía desmayado. Y dije: «He intentado buscar, y sólo encuentro.» Dije «Soy yo, Señor, que sé que en cualquier error perdurable como yo se encuentra la belleza. ¿No lo había dicho ya de esa manera? Pero -dije-, sin tu ayuda soy incapaz de perdudar, ¡Oh Libro de lo Oculto! C’est le plaisir qui me bouleverse! ¡El león avanza rugiendo en busca de su propia furia! Así que dime, ¿Qué es lo que de mí es permanente, yo o él?» Y allí estaba, en aquella iglesia vacía, acompañado de todas las aflicciones de la gente que parpadeaban en luces pequeñitas distribuidas por todo aquel lugar. Y dije: «Ése sería un buen mundo, Señor, si pudieras sacarnos a todos de aquí.» Y allí estaba, sosteniendo a Bartolillo, inclinado y llorando, repitiendo la pregunta hasta que la olvidé, y seguí llorando, y entonces saqué a Bartolillo de en medio, como si de un pajarillo magullado se tratara, y salí de aquel lugar y fui caminando y mirando las estrellas titilantes y dije: «¿He sido simple, como los animales, Dios mío, o he estado pensando?»

El bosque de la noche. Djuna Barnes. Editorial Seix Barral. Barcelona. 2006.

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