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Posts Tagged ‘jacques prévert’

En el mundo hay grandes charcos de sangre
a dónde va toda esa sangre derramada
acaso la tierra la bebe y con ella se emborracha
extraña emborrachografía
tan juiciosa… tan monótona…
No la tierra no se emborracha
la tierra no gira al revés
empuja con regularidad su cochecito de cuatro estaciones
la lluvia… la nieve…
el granizo… el buen tiempo…
nunca está borracha
apenas sí se permite de vez en cuando
algún desagradable volcán
La tierra gira
gira con sus árboles… sus jardines… sus casas…
gira con sus grandes charcos de sangre
y todas las cosas vivas giran con ella y sangran…
A la tierra todo eso
le da igual
gira y todas las cosas vivas lanzan alaridos
le da igual
gira
no deja de girar
y la sangre no deja de correr…
A dónde va toda esa sangre derramada
la sangre de los crímenes… la sangre de las guerras…
la sangre de la miseria…
y la sangre de los hombres torturados en las cárceles…
la sangre de los niños torturados tranquilamente por papá y mamá…
y la sangre de los hombres que sangran por la cabeza
en las celdas de castigo…
y la sangre del que coloca las tejas
cuando resbala y cae del tejado
Y la sangre que llega y corre a borbotones
con el recién nacido… con el nuevo hijo
la madre grita… el niño llora…
la sangre corre… la tierra gira
la tierra no deja de girar
la sangre no deja de correr
A dónde va toda esa sangre derramada
la sangre de los aporreados… de los humillados…
de los suicidas… de los fusilados… de los condenados…
y la sangre de los que mueren así… por accidente
Por la calle pasa uno que está vivo
con toda su sangre dentro
y de pronto está muerto
y toda su sangre está fuera
y los que siguen vivos hacen desaparecer la sangre
se llevan el cuerpo
pero la sangre es testaruda
y ahí donde estaba el muerto
mucho más tarde y muy negra
un poco de sangre se ve todavía…
sangre coagulada
herrumbre de la vida herrumbre de los cuerpos
sangre cuajada como la leche
como la leche cuando está cortada
como la tierra que gira
con su leche… con sus vacas…
con sus vivos… con sus muertos…
la tierra que gira con sus árboles… su gente viva… sus casas…
la tierra que gira con sus bodas…
los entierros…
los mariscos…
los regimientos…
la tierra gira y gira
con sus grandes arroyos de sangre.


Palabras. Jacques Prevért. Editorial Lumen. Barcelona. 1995.

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voy marcando los poemas en mi cuaderno según un criterio de continuidad.

marco el poema con una cruz cuando no siguen. y con un punto, cuando merecen continuar.

seguir. como aquel fragmento del poema de Prevért «En familia» que dice:

La guerra sigue la madre sigue hace punto
El padre sigue hace negocios
El hijo ha muerto él ya no sigue

el poema sigue cuando acaba. y acaba cuando no sigue. su sentido vital, sencillo y pleno, me permite ver, a través de aquel hijo muerto, el valor del punto sobre mi escrito.

un punto salva, una cruz mata. un punto en un fragmento salva el fragmento. la ausencia de una marca establece una posición límbica, un no saber, un no querer decidir la suerte de una palabra, un verso, un poema. todo ficticio: no decidir es, en sí mismo, una decisión.

la unidad más pequeña de un poema es un hombre, su mínima elementaridad para cohesionar todo aquello que se construye por encima suyo y lo sobrevive (y sobreviene).

un hombre con un punto sobre la cabeza, sigue. quiere decir que es un buen inicio, nada más.

¿tiene el hombre algo que contar? tal vez no. pero, imaginemos otra cosa con semejante responsabilidad ¿qué otra cosa podría tener algo que decir?

el jefe indio destaca la sabiduría del cuervo. el antiguo egipcio se somete al chacal. el hinduismo venera al elefante. podríamos pensar que el mito humano toma la naturaleza animal para explicar su devenir. pero tal vez sea al contrario y el mito animal pueda explicar la existencia humana antes, incluso, del habla. entonces ¿por qué someter la realidad al hablante? ¿por qué buscar siempre al hablante en el poema?

dirá el esteta que el hombre siempre ofrece su mácula eterna ante la producción poética. estamos sucios. damos lugar a sucios poemas. aunque inevitable, debemos estar preparados para ese fluir. incluso en un magnífico haiku una parte minúscula de nosotros decide la composición natural.

¿podríamos eliminar al hablante?

¿podría colocar una cruz sobre mí -andrés no sigue- y comprobar qué tiene que decir el poema?

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