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Archive for julio 2009

carrusel

Hola Richieu
-saluda a Richieu, cariño

cuando lo encontramos
estaba junto a tres percheros
los insectos organizaban
una orquesta a sus pies

Hola Richieu

el templo amoratado
(nadie quiso habitarlo salvo él)
cuando lo encontramos
en sus ojos golpeaba el moscardón
buscando escapatoria

Hola Richieu

cada vez que me llamas
me agacho y te lamo las piernas
como una vaca verde

Hola Richieu

la cuarta vez pasó un armario,
la quinta, una carbonera,
la sexta una larva de hueco,

Hola Richieu

tu juego macabro,
tu carrusel semi hundido en el lago
bajando y subiendo
bajando y subiendo
caballos ahogados

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Detestables las niñas del hada madrina,
las que nunca se lavaron los dientes con cuchillas de afeitar
y se humedecen los ojos con agua de colonia para que
también les huelan esas concavidades de rimmel en el
techo y antiojeras en los bajos.

Las otras se perfuman las llagas para no ser menos,
que también las malhadadas tienen derecho a la toilette.
No vaya el puñal a ser la cotidianeidad de unas y Clinique
el día a día de la futilidad total de las amadrinadas.

Esas niñas Clinique nunca necesitaron recolocarse en
ningún hueco
porque ellas no caen como chinchetas de las de medio pelo.
Las otras tienen que volver al agujerito propio cada día,
a sabiendas de que cada vez está más ancho y de que
volverá la gravedad a atraerlas.
(En los huecos de las paredes no viven duendes sino
mujeres achicadas a base de golpes).

Las otras no se lavan el pelo con amoníaco,
no les hacen el amor y no se miran al espejo más que
para contestarse con agravios,
duras imprecaciones y denuestos faltos de finura
de colegio francés.
Do you mind if I smoke? -whispered with a guileless smile.
(Se me olvidaba que las Clinique no fuman…)

Las otras rehúyen la autocomplacencia, vomitan en las
fundas de almohadas
y escriben notas en las paredes, las mejores confidentes.
De vez en cuando, se clavan alfileres en las palmas de las
manos y se cosen los párpados con pespunte, para no
volver a mirar más al dolor de frente.
(El dolor es un personaje de Benedetti, gris, gris).

Las otras se ponen los jeans del desafío, de batalla contra el
padrastro en la uña pintada, enconado en la herida.
Y lo arrancan a mordiscos, y se beben la sangre, aunque
saben, a ciencia cierta,
que volverá a salir.
(La Mercromina se confunde con el rojo del esmalte…)

Andan las otras encorvadas, con los dolores perpetuos entre
atlas y axis.

Allí se arracimaron los nervios y los pánicos, aunque
puedan, todavía, voltear la cabeza
cuando las llaman con nombres extraños.
(Siempre queriéndose desprender del ser propio…).

Las otras tuvieron en sus manos un día la posibilidad
de la muerte,
y tal vez la saludan con demasiada asiduidad.
Siempre soñaron con ser estatuas yacentes de recortado
perfil monárquico.
Pero temen el pozo de aquella Miss Harriet de Maupassant.
(Las inglesas nunca mueren por amor, son poco líricas).

Ay de las otras, las de la singladura imperfecta, que la vida
maltrató.
Siempre las piernas cerradas y listas para la huida,
las guedejas de pelo enmarañado cortado con la navaja,
el aire siempre rodeado del olor de la tristeza.
(La tristeza huele a limones y a orines de viejo).

Las otras no mueren porque no viven.
No se ríen porque voló la guturalidad de la carcajada.
Sólo poseen la certeza absoluta de que
ellas usan radicales libres con olor adquirido, marca
indefinida, nunca Clinique.

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[Destilaciones obtenidas de: La hijastra de Job. Carmen Garrido Ortiz. Premio de Poesía Andalucía Joven. Ed. Renacimiento. 1ª edicion, febrero de 2009.]


Estoy nevando.


Hora de guardia para las Furias.


La figurita desvalida fue saliendo de los pechos maternos.


Delfos sabe de lo que llaga el dolor, de lo que grita una mujer antes de haber parido un monstruo, siempre poético.


Algunos están serrando un olmo centenario para las chimeneas de su vida futura.


Alguna braga con olor a semen de posguerra, fértil y hambriento.


Alguien pone el aire acondicionado y los ojos verdes comienzan a abanicarse.


Ahora, podrías ser un lord de club inglés muy privado, muy de ajedrecistas misóginos, ésos que sólo adoran a la reina del tablero y discuten sobre la angustia.


tu cuerpo pequeñito partió metido en el reloj de pie del salón.


Por eso, un televisor, un día, amaneció muerto.


Temo que alguien me deposite como una botella y me eche al mar, sin que nadie lo sepa.


la nuca del Altísimo cae sobre el mantel, comprimida por el atroz sufrimiento de la artrosis más vieja del mundo. Los periódicos siguen llorando a las puertas del cielo.


Cuando viene la noche, los románticos propietarios de algunos coches se detienen debajo de la balconada para escuchar mis gorjeos.


Y yo pensaba en ti como en la reencarnación de Salomé, sirviendo cabezas -la mía- aquí y allá


No hay purificación en el dolor. No hay éxtasis. Es el predio de la soledad más absoluta, más íntima, más desconocida.

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Toda la sangre de las películas
escurriendo entre mis piernas;
tengo casi trece años
y no me imagino
a cuántos actores de serie B
estoy dando de comer.

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[Destilaciones obtenidas de: Recortables. Elia Maqueda. Anidia Editores. 1ª edicion, 2008]


estás increiblemente metálica esta mañana


una princesa africana
canta dentro de un espejo


sueños interminables saliendo de las antenas de televisión


no me habría partido las muñecas en el nombre de una ciudad.


Pásalo bien en las nubes
-decías-
y se colgaron de golpe
todos los teléfonos.


las ciudades grandes exigen poemas grandes, llenos de gritos y de agujeros


quiero que os déis, traquilos, en este poema en París, siempre, y en este poema.


y es que por fin ha llovido a este lado del espejo


de esta maqueta de campo de batalla
a escala real


en un tejado lleno de humo no muy lejos de ese parque tan precioso donde te ponen pulseras de cariño
y puedes sentarte a respirar


Y toda esta vida que tengo dentro
que ya no sé por dónde sacarla
sin que corte ni explote ni envenene


los abrazos y los brazos que guardo dentro del pecho.


y una docena de pares de ojos que nunca se cerrarán en las fotografías.

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carnaval

¿te estoy viendo desde mi balcón al Ártico?

Señor, no pueden mentir los árboles nacidos de peinetas
ni pueden educarnos los tigres del somnífero,
salvo hoy.

Hoy sacan a pasear a las madres pequeñas
dentro de jaulas de tucán.

Hoy se susurra en la casa
el nombre del mueble para la matanza.

Señor, creo que la mujer forzuda te está mirando.
¿a mí? No, no lo creo.

(o tal vez sí)

pareces una virgen, me dice

la mujer de abrazo oceánico
la mujer de raza costalera
la mujer que come treinta hormigas al día
la mujer del pene de Treblinka

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Brújula

Desciendo por el sendero de la noche
hasta el último colchón.
La sábana está alta y estrellada.

Desinfecto de vida el cuarto,
enjugo la articulación del sueño,
la puerta se está cerrando
y en el último empuje de nieve
entra la figura.

Entonces la figura en mi sueño
es mi sueño:

cubierta por una túnica brillante
como el baño de vapor
de los ojos de Chihiro,
su rostro oculto por otra máscara
parecida a la mía.

Me arranco un diente y lo agito
buscando fluorescencia,
pero cómo saber si estoy iluminando dentro.

Los ojos de la figura miran el oeste

-mi brújula imantada por el pánico-

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ahora recuerdo lo que me trajo hasta aquí. un poema de Carmen Garrido Ortiz titulado ‘los días de dios’.

en referencia al Altísimo, escribe:

Cose en las ropas de un tal Kenneth Foster, death row, querido muchacho, no volverás, Tejas es así.

Con sus gafas de miope, la mano divina hilvana bajo la presión de la fecha final y enciende a sí mismo una vela para liberar el sueño americano del preso negro.

pero yo leí ‘peso’ en lugar de ‘preso’ y me pareció un imagen asombrosa: ‘liberar el sueño americano del peso negro’. esa lectura modificada fue una última voluntad al poema.

entonces escuché la pieza.

la pieza no tiene poder en la ausencia, aunque la ausencia ataque definitivamente. su capacidad reside en ese recurrente chirriar cada vez que me enfrento a la pena de muerte.

un reo llamado Napoleon Beazley: ejecutado el 28 de mayo de 2002. edad: 25 años. edad cuando cometió el crimen: 17 años. raza: blanca. crimen: asesinato.

hace ya casi tres años llegó a mí un artículo de elpais.com titulado Carcelero, dales lo que quieren. Reflejaba la propuesta del departamento de justicia criminal del estado de Tejas: publicar la última voluntad de los condenados a muerte.

entre los diferentes mensajes, me detuve (y me detendré siempre) ante las palabras de Beazley:

El acto que cometí y por el que estoy aquí no fue sólo atroz, sino algo sin sentido. Pero la persona que cometió ese acto no sigue aquí. Yo sí estoy. No voy a luchar físicamente ni poner ninguna resistencia. No voy a gritar, ni a blasfemar, ni a amenazar frívolamente. Sin embargo, entended que no estoy sólo disgustado, sino entristecido por todo lo que va a suceder esta noche aquí. No sólo entristecido, sino decepcionado porque un sistema que, se supone, está para proteger y defender lo que es justo, puede parecerse tanto a mí cuando cometí el mismo vergonzoso error. Si alguien intentara animar a alguien a cometer un asesinato yo gritaría un sonoro: ‘¡No!’ Y les diría que les concedieran el bien que a mí no me han dado, que es una segunda oportunidad. Siento mucho estar aquí, y siento que todos ustedes estén aquí también. Siento que muriera John Luttig. Y siento que algo en mí produjera que todo esto empezara. Esta noche diremos al mundo que no hay segundas oportunidades a los ojos de la justicia. Esta noche diremos a nuestros hijos que en algunas circunstancias, en algunos casos, matar está bien. (…) Hay muchos hombres como yo en el pabellón de la muerte -buenos hombres- que cayeron en las mismas equivocadas emociones. Dad a esos hombres la oportunidad de hacer lo que está bien. Dadles la ocasión de corregir sus errores. El problema no es que falte gente dispuesta a ayudarles, sino que el sistema mismo les está diciendo que no importa. Nadie gana esta noche. Nadie sale victorioso.

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bala

(no, no es igual, deja de insistir)
has pasado
la noche en blanco,
deslizando el dedo en mi orificio,
buscándole perímetro al sonido.

No es la nota que cruje en Nuvole nere
ni el piano sacado del estanque,

ulular
-hay palabras que uno quisiera habitar por los balcones-
esto es todo lo que queda dentro,

suena al gramófono de tu abuelo
y a la boca cadáver de Édith Piaf.

Circuleas con esmero mi orificio,
pero no insistas.

He visto de perfil la asimetría.
El muerto se muere siempre.

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Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian sin cesar las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y otras estupideces, me hacen pensar en Louise Villedieu, puta de a cinco francos que, acompañándome una vez al Louvre, adonde ella nunca había ido, empezó a ruborizarse, a cubrirse el rostro y a tirarme a cada momento de la manga, preguntándome, ante las estatuas y los cuadros inmorales, cómo se podían exhibir públicamente tales indecencias.

Charles Baudelaire. Crítica literaria. Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México. Colección Pequeños grandes ensayos. 2007. Pag. 126

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