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Posts Tagged ‘shakespeare’

La nota acerca de la equivocación en «Infinitos corpúsculos» y la conclusión obtenida quedarían un tanto deshabitadas si no añado este fragmento de la obra «Introducción al psicoanálisis» de Sigmund Freud:

O. Rank ha descubierto en Shakespeare un ejemplo, aún más impresionante, de este mismo género. Hállase este ejemplo en El mercader de Venecia y en la célebre escena en la que el feliz amante debe escoger entre tres cofrecillos que Porcia le presenta. Lo mejor será copiar la breve exposición que Rank hace de este pasaje:

«Otro ejemplo de equivocación oral delicadamente motivado, utilizado con gran maestría técnica por un poeta y similar al señalado por Freud en el Wallenstein, de Schiller, nos enseña que los poetas conocen muy bien la significación y el mecanismo de esta función fallida, y suponen que también los conoce o los comprenderá el público. Este ejemplo lo hallamos en El mercader de Venecia (acto tercero, escena segunda), de Shakespeare. Porcia, obligada por la voluntad de su padre a tomar por marido a aquel de sus pretendientes que acierte a escoger una de las tres cajas que le son presentadas, ha tenido hasta el momento la fortuna de que ninguno de aquellos amadores que no le eran gratos acertase en su elección. Por fin, encuentra en Bassanio el hombre a quien entregaría gustosa su amor, y entonces teme que salga también vencido en la prueba. Quisiera decirle que, aun sucediendo así, puede estar seguro de que ella le seguirá amando, pero su juramento se lo impide. En este conflicto interior le hace decir el poeta a su afortunado pretendiente: «Quisiera reteneros aquí un mes o dos antes de que aventurarais la elección de que dependo. Podría indicaros cómo escoger con acierto. Pero si así lo hiciera sería perjura, y no lo seré jamás. Por otra parte, podéis no obtenerme, y si esto sucede, haríais arrepentirme, lo cual sería un pecado, de no haber faltado a mi juramento. ¡Mal hayan vuestros ojos! Se han hecho dueños de mi ser y lo han dividido en dos partes, de las cuales la una es vuestra y la otra es vuestra, digo mía; mas siendo mía, es vuestra, y así soy toda vuestra.»

Así, pues, aquello que Porcia quería tan sólo indicar ligeramente a Bassanio, por ser algo que en realidad debía callar en absoluto, esto es, que ya antes de la prueba le amaba y era toda suya, deja el poeta, con admirable sensibilidad psicológica, que aparezca claramente en la equivocación, y por medio de este artificio consigue calmar tanto la insoportable incertidumbre del amante como la similar tensión del público sobre el resultado de la elección.


Introducción al psicoanálisis. Sigmund Freud. Alianza Editorial. Madrid. 1997. Pag.: 34-35.

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¿Cómo clasificar a una coleccionista de hormigas? Me dije, aquí hay algo extraño. Entonces tomé el borsalino y me metí en África. El continente varía de persona a persona. Cuando el doctor Livingstone y yo entramos, tenía exactamente 59 páginas y se llamaba «Infinitos corpúsculos».

Pocas veces entré en el blog de Rebeca Yanke, Infinitos corpúsculos, pero recuerdo que cuando lo hice nunca salía indiferente (ventajas del explorador). Uno tiene que explorar cuáles son los límites de su observación. Yo encuentro dos: el que plantea mi posición en el mundo frente al objeto de observación y el que plantea mi posición de pensamiento frente a lo que acontece. El libro «Infinitos corpúsculos» es un desafío para ambos. Estas notas no quieren servir de reseña; se escupen de la misma forma que se escriben: hacia adentro. Esther Ramón planteaba aquel juego de la relatividad: el marginal es aquel que se sitúa en el margen y por lo tanto, lejano al centro de aceptación, puede ver más lejos. Creo que Rebeca dice más lejos en poesía. Pero esto es sólo una intuición, si alguien quiere regresar de África con una reseña va a tener que trabajar a fondo.

Digamos que se burla de la métrica introduciendo un efecto deformador, extraño a la vocalización natural, empleando precisamente rima para ello, cantando, sí, una balada o una nana para desesperados. ¿Dónde hay una idea?, se escucha en su selva, ¿Quién me la vende?. Sus lecturas de filosofía cuajan, no en el sentido de erigir fortalezas de pensamiento inexpugnable, sino en otro más próximo: la amenaza. Se arriesga a definirse, se llama muerta dentro de su caja estética, su U de aclamación al cielo (con esos dos bracitos), se aconseja leer crítica literaria y posa en nosotros la virtud de definir un sujeto que se está creando a medida que se vacía. La aventura de ser una poeta que pide.

El poema que me lleva hasta el mismo corazón de África es MUSGO CATARATA, por aquel lapsus que hizo grande a Shakespeare, en «El Mercader de Venecia», y que llevó a Freud a la sospecha de que algo no estaba funcionando correctamente en esa criatura llamada hombre.

Sí, lo más grande de este libro es la manera en que Rebeca Yanke nos recuerda que somos criaturas falibles, con una extraordinaria capacidad para la equivación. Y que aceptarlo nos hará más libres para alcanzar algún acierto. Esta imperfección -nos dice, mientras toma nuestra mano y nos acompaña fuera del continente-, es perfecta.



RISUEÑA
resuena su
minúscula
existencia


MUSGO CATARATA
posé todas mis ficciones en un muro
y se agolparon todas mis personalidades
en un recoveco del hemisferio izquierdo
recordé que soy puente,
quiero decir fuerte,
esto es, fuente

AUGE SIN TILDE
busco el alud de nieve
en el poema de boccanera,
debería servirme para algo
la red de redes, debería pescar,
cazar, usar mi boina para no
ocultarme, usar mi ojo para
encuadrar, pero si no momifico
me momifico, si no modifico
me modifico, y este edificio
se desprende, porque en los
no-lugares nunca llueve


SEWING GIRL
tienes un problema si crees que alguien
(que no seas tú) puede terminar un libro
en una noche. no seas tan ingenua, no
esperes eso de nadie, no esperes nada
de nadie, no esperes, no creas en la
esperanza, no desesperes, no te crezcas
pero crece, plántate, como un árbol,
estira tus mínimimos nimios brazos,
tus ramas no le hacen daño a nadie


ALMA DE CANTARO
bajo un despertador de lluvia
y manta prestada, como mi
cama, como mi capa,
como las ocho menos
cuarto de la mañana,
como una princesa,
sobre montañas, y
con el secreto típico
del cuento, un guisante
bien adentro. lo único
que cambian son los
personajes. no tengo
reino, y en cualquier
momento podría
estar hirviendo


IMVAGINARTE
(O VORÁGINA)
dicen que meliflua destila miel
dicen que agrupa limones entre las piernas
sin embargo la única certeza es que la herida cíclica
me mancha las manos, me arranca el ruido escondido
y me deja hueca


Infinitos corpúsculos. Rebeca Yanke. Edita Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga. Colección Puerta del Mar. Nº118. Málaga. Mayo 2010.

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Anoche volví a charlar con el agujero. Me permitió vislumbrar una nueva interpretación para la escena en la que Hamlet se encuentra con la aparición de su difunto padre, rey de Dinamarca, y éste le ofrece una descripción de su espantoso asesinato por envenenamiento.

Se me brindaron algunas de las profundas relaciones del reflejo frente a la figura que lo produce. En la única escena en la que el padre se le aparece, el padre está -para sorpresa del agujero- ausente. Es decir, Hamlet refleja su deseo para con su tío consolidando una versión que satisface la sospecha que le está volviendo loco, un objetivo claro y rotundo: ser su padre, ser su reflejo. Y aunque la ciudad de Elsinore está llena de espejos, Hamlet no se refleja en ninguno, salvo en el de su soledad: «ser o no…» apuntemos aquí esta expresión también ausente, agramatical, asintótica (otro agujero).

«Elsinore está en silencio. No hay grillos en Dinamarca. Si los hubiese, cantarían a un tiempo, imitando a algún grave animal en su fuga de sueño. La reina ha ordenado cubrir todas las paredes de espejos: allí donde Hamlet pasea, pasea un rey con un pozo de ruido en la oreja. Mirará gravemente, como un animal que se fuga del dueño, e imitará la causa de su reflejo. Dice que sólo los muertos pueden reclamar su muerte, pero Hamlet no concede y dice a su padre: ‘te pareces a tu padre’. Está lloviendo en Elsinore, pero no suena. Su enfermedad no es saberse loco sino, sabiéndose loco, saber qué hacer. Una tempestad minúscula en sus ojos descubre de repente todas las preguntas. Ojalá pudiéramos ofrecerle alguna carnalidad al pálido hombre que se nos aparece. Nos observa, exigente y amargo. No, no está enfadado con nosotros: su tímpano estrellado le impide oír el canto insoportable de los grillos de Elsinore. Hamlet está sordo.»

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