Hace un par de días recibí un comentario en el blog que decía, sucintamente: «majete, los versos son una mierda». No había firma, tan solo una dirección de correo.
Comencé a reflexionar qué hacer: si publicarlo, ofreciendo una imagen abierta a cualquier tipo de comentario, o vetarlo, eliminando todo rastro de crítica a la escritura. Y digo en esta ocasión «la escritura», en general, porque el comentario, asociado a la invitación al recital que ofrecí ayer, se refiere a «los versos» (y yo me pregunto ¿qué versos?).
En esta incertidumbre me he visto navegando durante dos días. Y una vez finalizada la lectura, he llegado a una conclusión. En parte es responsable el cuadrilátero con tres púgiles, dos campanas y ningún árbitro (la poesía) que viví ayer, en un bar de Madrid. Los tres duros contendientes fueron Bárbara Butragueño, Giovanni Collazos y Batania. Con un oído asomado al tendido y sin entrar en el tema de debate, pude escuchar feroces argumentos, presencié ciento cincuenta mil fintas y encajé cuatrocientos golpes en la oreja.
Señores: así es posible combatir.
Así que exigiré la misma pasión y contundencia a aquellos comentarios que introduzcan alguna crítica, agradeciendo en primer lugar que especifiquen cuál es el objeto de la misma.
Pienso en el comentario recibido desde esta perspectiva y no puedo dejar de ver a una triste y débil criatura que observa, desde la esquina más alejada del ring, a los poderosos luchadores del verso.
Cierro esta reflexión con las palabras acertadas de Rafael Lemus en su prólogo al libro Charles Baudelaire. Crítica literaria (Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México. Colección Pequeños grandes ensayos. 2007).
La crítica literaria es, ante todo, escritura: un texto sobre otro texto, un lenguaje que descifra otro lenguaje. No un apéndice sino una metáfora, una recreación de una obra previa. Lo que distingue a la crítica de la lectura es -como quería Roland Barthes- el deseo de escritura: el crítico lee para escribir, su prosa es su poética.
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