No me interesa la noticia, ni el vídeo, ni el antes, ni el después. Que el torero tenga el pulmón fuera, que el torero tenga el aire dentro. No me interesa el debate de fuego, la crueldad, el exotismo, la pornografia de espada y pitón. Es el instante, la sublimación del ojo que nace cubierto de piel -y se encabrita. Me hace preguntarme por esa afirmación de Lorca: somos un pueblo donde la muerte es el espectáculo nacional. Y aquí nos encontramos, contempladores de la muerte desde nuestras barandillas de salitre.
El cancionero popular pone en boca del mozo de Salamanca muerto por el toro:
Amigos, que yo me muero;
amigos, yo estoy muy malo.
Tres pañuelos tengo dentro
y este que meto son cuatro…
No, aquí no hay discusión posible acerca de montaje o engaño, como se ha sugerido en el caso del miliciano de Kappa. Aquí hay pura y rotunda perfección de cogida. Creación en acto. Me podrán escupir en las mejillas los fanáticos diversos y posiblemente esta idea me lleve a todo cuanto deseo ignorar. Pero no puedo evitar el arte de este instante: una imagen que llena su cuerpo de despedidas.